La casa de la señora tenía dos
pisos, un jardín exuberante, con diversas plantas decorativas, una fuente de
agua con un ángel en la punta que botaba agua por la boca. El agua caía sobre una especie de tanque y
cuando se rebosaba, seguía una serie de
caminos o riachuelos recreando como un paisaje en miniatura, con pequeños
arbustos a lado y lado de los riachuelos. Después de serpentear por casi todo
el jardín, desembocaban en una especie de lago que tenía su sistema de
retroalimentación del agua y volvía hasta el ángel.
En otro lado del jardín, estaba
sobre un pedestal otro ángel, tenía formas femeninas, al contrario del que se
encontraba en el otro extremo, el del circuito de agua, que tenía
formas masculinas. Este ángel femenino,
estaba arrodillado como en posición de ruego, pero con el rostro inclinado
hacia el piso el cabello largo casi hasta la cintura, no dejaba ver el rostro y
con un brazo estirado en dirección hacia el norte, y sus alas extendidas como
si se preparase para tomar vuelo.
Inmediatamente, me recordó a la mujer que estaba llenando mis
pensamientos, aquella que me cruzaría a la salida de la tienda donde compré el
cigarrillo. ¡ Juraría que era ella! o una
estatua que como modelo había sido... ¡ella! Algo más para la lista de misterios
de este día, dije, decidí no poner atención a ese detalle, solo por ahora… (...)
(...)
El acceso a la casa estaba
obstaculizado por una puerta también del mismo tipo de ornamentación de la
reja. Un pasadizo en concreto llevaba a
un par de escaleras y estas hacia un portón de dos hojas. Estas puertas, tenían un aldabón cada una, lo
curioso es que en lugar del típico león, tenía un cráneo humano, sin mandíbula inferior.
Era inmensa esa casa, tenía varias
ventanas, conté cuatro a lado y lado de la puerta, con su típico estilo
colonial, y unas rejas protegiéndolas.
En el segundo piso, igual número de ventanas y sobre la puerta una rectangular, con los lados cortos arriba y abajo, con un diseño
típicamente mudéjar que era lo que en
principio llamaba más la atención.
Alrededor de la puerta y tomando
casi la mitad de la ventana del segundo nivel, un portal de tipo gótico
isabelino, en general, la fachada era de estilo típico andaluz.
Quité el pequeño seguro de la puertecilla
e ingresé en aquel majestuoso jardín, tenía alrededor de diez metros de ancho,
las pequeñas corrientes de agua le hacían dar una vida excepcional al sitio. Me
acerqué hasta la puerta y tomé con mi mano derecha el misterioso aldabón para
golpear la puerta y esperar que atendiesen mi llamado.
Di dos o tres toques y esperé. Fueron unos cuantos segundos y por una
ventana se asomó una mujer. Al poco
tiempo la puerta se abrió y en el umbral ella apareció; de unos
treinta y cinco o cuarenta años. Su
rostro era fuerte, dejaba ver que era temperamental, tal vez ni hijos tendrá,
pensé en ese instante. A pesar de tener
unos labios que me parecieron muy atractivos, unos ojos negros profundos
también muy hermosos. Unas manos
cuidadosamente tratadas a pesar de que era quien cuidaba de la casa. Confieso
que siempre he tenido el cuidado de observar las manos de las mujeres que en un
principio me llaman la atención, y que la fémina en cuestión las tenga tan
lindas y cuidadas como las de èsta mujer, - me atraían un poco más-. Tenía un
cuerpo muy sensual pero su expresión austera de sentimientos alejaría hasta el
más exitoso de los gigoloes.
Me apresuré a preguntar, algo temeroso, por la señora. –muy buenas
tardes- dije mirándola a los ojos.-por favor, tengo una cita con la señora Aura
Monrós, será que ella me puede recibir?? Soy Santiago Cardalda, hablé por
teléfono con ella hace dos días y me dijo que viniera a esta hora el día de
hoy.- sin decirme absolutamente nada,
cerró la puerta casi en mi cara. Me
enfureció ese detalle, como una persona atractiva como era ella, puede ser tan
hostil. Quedé ahí parado con la puerta a un centímetro
de mi nariz y sin saber que hacer.
By: Fernando Montaña
Fragmento extraído del libro 'Aura: Un relato en el tiempo'